Curiosa mezcla, ¿verdad? Pues debo deciros que el sabor es sorprendente, suave y redondo. Delicioso acompañado de un buen café con leche. Además es un bizcocho que queda jugosísimo sin apenas llevar nada de aceite, gracias al alto contenido en agua de la propia remolacha; cosa que nos vendrá bien ahora que nos damos cuenta que los días empiezan a alargar, y que el verano está un poco más cerca… jejeje.
Con esta receta ya terminamos nuestro stock de remolacha, despidiéndonos, por el momento, del color morado 😉
Os listo rápidamente los ingredientes que lleva el bizcocho, para poder meternos “en harina”:
- 90gr de remolacha cocida (la que nos quedó después de la ensalada y la crema)
- 25 gr de cacao puro en polvo (yo usé el de la marca Valor)
- 55 gr de harina (mejor de repostería)
- 1 cucharadita, de las de moka, de levadura química (tipo Royal)
- 80 gr de azúcar glass
- 1 huevo pequeño (60 gr pesó el mío)
- ½ cucharadita, de las de moka, de esencia de vainilla.
- 65 ml de aceite de girasol (son 63 gr)
- Una “avellana” (un cubito del tamaño de una avellana, quiero decir) de mantequilla y algo más de harina para preparar el molde.
¿Cómo prepararlo? Pues lo primero es poner a calentar el horno a 180ºC (no tengáis la tentación de ponerlo más fuerte para que termine antes, correréis el riesgo de quemarlo por fuera y dejarlo crudo por dentro. Vuestra paciencia tendrá recompensa… jejeje).
Después, ponemos todos los ingredientes secos en un bol y los mezclamos bien. Esto es: la harina, el azúcar glass, el cacao y la levadura.
En el vaso de la batidora, echamos el aceite y la remolacha y lo batimos hasta que no queden pedazos grandes de remolacha. En otro bol, batimos el huevo, le añadimos la esencia de vainilla y por último la mezcla de aceite y remolacha y mezclamos todo muy bien. Cuando lo tengamos, hacemos un hueco en el centro del bol de los ingredientes secos y vertemos en él los ingredientes húmedos. Con ayuda de una cuchara vamos haciendo movimientos en espiral hacia afuera para ir mezclando la parte húmeda con la seca. Removeremos hasta tener una masa bien integrada.
Preparamos el molde. En esta ocasión yo usé uno alargado de 350ml (10x17cm), bueno, en realidad es un tupper de vidrio, pero al ser de pyrex también sirve para horno. Para ello, untamos todo el interior del recipiente con la mantequilla y luego le echamos una cucharadita de harina y sacudiremos bien para que nos quede todo cubierto por una capa mantequilla/harina, tenemos que tener la precaución de que no nos quede nada de harina que no esté adherida al molde, pues podrían hacerse grumos y dar sabor de crudo al bizcocho.
Cuando tengamos el molde preparado, vertemos en él la mezcla y lo introducimos en el horno, en esta ocasión sin ventilador. Lo mantendremos ahí, a 180 grados, unos 38 minutos o hasta que, cuando pinchemos con un cuchillo, el cuchillo salga limpio.
El tiempo de cocción variará en función de la forma de vuestro recipiente, así que una vez que haya pasado la primera media hora, debéis estar atentos para que no se pase de cocción. Igualmente, si veis que la superficie empieza a tostarse, podéis taparlo con un papel de aluminio para evitar que el tostado se acabe convirtiendo en quemado 😉
Llegado este punto, lo sacamos del horno, dejamos enfriar y ¡a disfrutar!
Nota: Este bizcocho os aguantará jugoso toda la semana si entre un “ataque” y otro lo tapáis bien con papel de aluminio, evitando que entre en contacto con el aire. Espero que os guste.